miércoles, 8 de julio de 2015

Trescientos cuarenta y tres: Poeta

Una vez fui a una casa y alguien me mostró un librito muy pequeño con poesías y dibujos, transparencias. En ese momento, ese libro de bolsillo fue un oasis: hacía mucho que no leía ni escribía poesía, hacía mucho que no había poesía en mí. Agendé el nombre de la autora en una nota en el celular y bastante tiempo después decidí buscarla y escribirle. Le dije que su libro me había encontrado, que quería uno para mí porque aquél era prestado. Me propuso que nos encontráramos en un ciclo de poesía e intercambiáramos nuestros libros.
Hoy fui hasta allí. Tenía los mismos nervios que tuve en esa época en que conocía gente por chat y me encontraba para conocerla personalmente. Pero distinto. Yo estaba sola en una mesa y en otra mesa estaba todo el resto de la gente que sí se conocía. No quería mirar mucho para ver si ella estaba ahí y rogaba en silencio que ella me encontrara a mí y me hiciera las cosas más fáciles.
Entretanto, se acercó el mozo con la carta, yo dibujaba unas medusas con unos lápices que había sobre la mesa, y me dio la carta. Me pedí una pizza y una birra, sólo para mí.
Y en eso, ella se cruzo por delante y se presentó. Bajé unos kilos, digerí la entrada. Me dio su pequeño libro, yo le di el mío en una bolsa de papel madera, avergonzada. Hablamos un par de cosas y volvió al sitio de dónde había venido.
La poesía estaba ahí, en esa poética teatral.
Dos porciones de pizza apenas y me fui.
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