jueves, 16 de julio de 2015

Trescientos cuarenta y seis: Hay un gato en el hall

Sobre todo cuando duermo poco soy fácil. 
Hoy llegué de trabajar y al abrir la puerta del edificio donde vivo había un gato. Dice madre que tiene la carita como un damero naranja y negro. El gato estaba maullando en el hueco donde se guarda la manguera para incendios. Lo primero que atiné es abrir la puerta para que se fuera. Pensé que era un gato de calle que había entrado por azar. Pero al abrirla, no atinó a salir. Más bien, al abrir la puerta del ascensor atinó a meterse y el vecino que casualmente llegaba no me dio más opciones que mis propias ocurrencias. Entonces, subimos hasta el octavo piso y mi gata lo mal recibió. Entré a dar manotazos de ahogada, tratando de enviar a la criatura a otro destino que no fuera el propio, pero nadie pudo recibirlo. Ahí quedó. 
Yo me fui a dormir la siesta mientras la guerra se armaba en el living comedor. 
Mi gata no es nada simpática con vecinos de su misma especie. Mi sueño fue imposible en el revoleo de coletazos, las correteadas por el pasillo y otros intentos de la mafia chica de mi animal indómito. 
Justo cuando empezaba a conciliar con el mundo onírico, el timbre sonó. Vecina del sexto vino a reclamar su poder sobre el damero.
Quedamos a fin solas, mi gata y yo, ella se durmió, a mí me desveló el desatino. 

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