sábado, 18 de julio de 2015

Trescientos cuarenta y siete: Quiero verte la cara

(A P.)
Hace doce no vivo donde viví diez antes de estos años. Al principio, eran las cartas, la esperanza de las cartas. Eran espaciadas pero cuando llegaban yo las leía y las releía hasta que se resquebrajaban. Luego las guardaba en una caja de zapatos donde todavía las conservo. Más tarde, fueron los mails, una reproducción intangible de las cartas, largos como ellas, llenos de detalles y anécdotas y besos y abrazos, te extraño. Eso también tuvo un ocaso. El teléfono siempre fue caro y yo siempre fui bastante jipi. Hubo un tiempo de mensajes cortos pero intensos y cada cumpleaños nos hablábamos por ocasión de natalicio. Por fin, decidiste comprarte una computadora y amigarte con el skype. Podemos pasar una, dos y hasta tres horas, mientras me unto las galletitas con queso mantecoso, a vos se te corta la luz pero seguimos hablando como si nada, puedo verte la pantalla en el reflejo de los anteojos. No puedo abrazarte pero te veo la cara. Puedo verte la cara incluso cuando tenés la luz cortada. Estás ahí, es como siempre, compartimos el espacio y te leo una crónica de De Caro y vos me pasas otra de psicoanálisis. Somos las mismas al calor de las máquinas.
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