miércoles, 22 de julio de 2015

Trescientos cincuenta: Con sólo mirar, un huracán.

El tiempo es una quimera. La felicidad no lo es. Quiero escribir sobre él, pero es imposible escribir sobre lo inquieto. Mi corazón es un caloventor cuando lo veo, aunque mis manos son dos heladeritas. Intento cambiarlo. Al principio, se deja, luego se empieza a contornear. Todo viene bien hasta que le pongo las manos encima. Tiemblo un poco, el deseo me agita. Entra a llorar, me desespero, pero acciono, se moja, me moja las manos. Lo miro a 30 centímetros para que me vea. Deseo ferviente de que él recuerde mi olor, un perfume, un rasgo.
Me entusiasma su sencillez. Es un pececito rosa. En doce días, un universo. 
Le acaricio las plantas de los pies, sus dedos se abren y se cierran. Busca con la boca, revolea las pupilas. Elijo el enterito del león, el de plush gris y se lo ponemos. Parece una estrella en el mar de la noche. 
No sé de la tristeza. 


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