domingo, 26 de julio de 2015

Trescientos cincuenta y dos: Lo que sobrevive es claridad

Cuando yo tenía 13 años toqué una guitarra por primera vez. No sé bien qué me impulso, quizás los amigos de papá guitarreros trasnochados, las serenatas, las peñas, todo eso. Desde entonces, voy y vengo, como de todo, de eso. Es un lugar al que sé volver, como el bosque a tres cuadras, y a veces, cuando estoy sola, puedo babearme y tocar hasta que las yemas de los dedos me dicen pará y otras veces más. Le aplico fuerza y deseo, me gusta cómo suena, se desviste el sonido en la inmensidad del estar solo. No tengo pretensiones, me basta con eso. Los domingos se transluce un nuevo sonido, tal vez un ritmo, me anestesia la mente.
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