domingo, 9 de noviembre de 2014

Trescientos trece: Observo, luego existo

Lo que más me gusta de Capital es que puedo observar a la gente mientras viajo en subte o en bondi o mientras camino por la calle. Puedo mirarlos indiscretamente porque no se inmutan ante la mirada del otro, la otra, yo.
Mientras esperaba el último bondi de la saga del día, vi un grupito de tres: dos chicas y un chico. Él se acercó a preguntarme lo que yo antes le había preguntado a algún otro. Por lo que hablaban supuse que eran tiempos de conquista.
Más tarde confirmé. Mientras viajábamos (de parados) él miraba a la de pelo corto que, a su vez, le daba la espalda completamente. Cada tanto él apoyaba una mano en su blusa, osaba tocarle el pelo y volvía a su celular. Ella hablaba con su amiga. Era brutal el lenguaje de esos cuerpos. El deseo de él por tocarla, el rechazo, la indiferencia de ella. No sé bien porqué me compadecí de él, de su juventud enamorada.
Así continuó todo el viaje y cuando el bondi se rompió y nos quedamos varados en la autopista, ellos bajaron y la distribución corporal se armó automáticamente igual. Deseé que él se perdiera en otro viaje y, de hecho, pronto los perdí de vista.
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