martes, 11 de noviembre de 2014

Trescientos catorce: Bailar en el silencio

De la música, al texto, del texto al cuerpo. 
Cerramos los ojos. Todas estrellas en el piso. Ella leyó varias veces como un mantra leía. Y el cerebro acomodaba, buscaba, decidía entre todas las palabras una sola palabra. Mi palabra fue "esponjoso". Entonces, el cuerpo empezó a palpitar más fuerte, más rítmico, más intenso. Me sentía medusa empujando, oponiendo resistencia a todo con las manos, con los pies, intentando despegarme del piso, deshacerme del peso sin perder el ritmo. El cuerpo sonaba y hacía sonar el agite, arriba, abajo, aleteando como un pez, como un pájaro a veces. Sentía las ventosas en los dedos succionando el piso y soltándolo y volviendo a succionar. Yo me succionaba, el tiempo se desvanecía. Los otros cuerpos y el mío hacían ecos por todos lados. Sucumbí al encanto del movimiento incesante, de los ojos cerradas, de la música interior. Todo fue un viaje galáctico, yo era espuma de emoción en el vaivén. Y en el final, volví a ser una estrella inmóvil, titilante la sangre, furor en los ojos que se abrían de a poco para reconocer el mundo. 

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