sábado, 1 de noviembre de 2014

Trescientos nueve: Son todos cómplices

Hoy me subí a un colectivo de vuelta desde Villa Elisa porque no me animé a subir al Distribuidor. Tampoco vi -cuando me llevaron de ida- que hubiera autos a la derecha que llevaran el cartel que tengo yo que dice, gigante: PRINCIPIANTE y, además, hacía mucho frío y tenía miedo de  que lloviera o lloviese, como decían las conjugaciones de la escuela. Hoy me subí a un colectivo y el colectivero era muy simpático, cuatro con cincuenta, había un lugar al lado de un pibe que yo escuché que escuchaba cumbia muy fuerte en los auriculares. Hoy me subí a un colectivo y no me puse mis auriculares, ni agarré la agenda para hacer dibujitos, intenté unos poemas en el editor del celu pero no quisieron salir. Entonces, calladita, empecé a llorar tratando de que no se notara porque tenía los anteojos y podría ser tranquilamente un reflejo. Y el colectivero cada tanto paraba y se bajaba y puteaba y yo seguía llorando y la gente subía y bajaba y yo seguía llorando y el pibe de al lado se dio cuenta que se me estaban cayendo las velas, se dio cuenta que no era gripe. Fueron muchas cuadras y estaba muy nublado. El pibe decidió bajarse en la terminal y yo seguí, justo no tenía pañuelitos pero no iba a pedir. Hace bien llorar con tanta gente alrededor, son todos cómplices.
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