Tuve que aceptar la cotidiana. Salir para el trabajo, trabajar y volver. Una serie de amigos, una serie consecuente, se fue armando y de uno a uno iba creando un jardín lleno de conversaciones. Apenas tuve respiro y, por suerte, porque no quería clavarme las botas para meterme en un lodo emocional. Preferí más bien entregarme al ocio y al divague circunstancial que me alcancen todo el tiempo un vaso lleno de vermú y -sin preguntas- beberlo lento, y -sin preguntas- ponerle un hielo y seguir bebiendo mientras se aguara el amargo obrero y la noche también se aguara y -sin preguntas- ya anestesiada, me secara la cara así, simplemente, me volviera a hundir en mí.

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