miércoles, 26 de agosto de 2015

Trescientos sesenta y siete: Cuando pienso demasiado

Cuando pienso demasiado, miro mucho el teléfono o la computadora, me pongo los auriculares para ir a la esquina, me preocupo por las cosas que nunca me preocupan, me doy cuenta que algo anda mal. Sólo me basta entrar en la dimensión de la música o simplemente esperar el colectivo, contemplar la ventanilla, dejar de sentir el tiempo. Nos subimos a un auto, tres días consecutivos, nos vamos a Avellaneda. No busco la luna, las luces blancas encandilan, pero estamos frente a frente con el emisor. Así es que entiendo varias cosas, entre mordiscos de budín de banana y nueces, entiendo por qué me gusta estar activa, no hiperactiva, sino despierta dónde estoy, ágil, conectada con el entorno. No sé si por geminiana o posmoderna o ambas, mi mente es bastante inquieta, pero cuando consigo que se recueste en el sillón y deje que las nubes pasen, entre mordisco y mordisco de budín ya sabemos, todo se vuelve mucho más claro, en Avellaneda o la Autopista, mientras volvemos de un viaje comunión y planeamos bien despiertos cómo vamos a cambiar el mundo, se me calma la cabeza con la música, ese puente que cruza mares torrentosos.
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