domingo, 19 de octubre de 2014

Trescientos: Espontánea

Este domingo no se sintió domingo. No sé si el calor del mediodía, o el sol que despertó a las siete y media de la mañana con la gata sobre el abdomen o el frío que vino tras la noche. Después de veintinueve años no logro identificar qué es lo que hace a los domingos domingos y como al resto de los días sus respectivas sensaciones. Lo único que sé es que la felicidad nace de la anulación de la cabeza cada vez con mayor fuerza. Abrir un libro, leer las líneas y sentir. No pensar, sentir.
Vuelvo de ver una obra. Me gustaría ser más afectuosa con los desconocidos porque es una fuerza que me viene y yo reprimo y alguien te abraza y ahí entonces, es cierto, es tan simple como eso, es el cuerpo.
Me gusta el teatro porque los actores prestan su cuerpo a un desfile de emociones prestadas. Lo brindan con una sencillez que me quita el aliento. Están dispuestos a todo. Y yo no pido tanto siquiera, pido a secas poder decir cómo estás verdaderamente y escuchar la respuesta y no volarme tres segundos después. Pido al universo que mi corazón y mi cuerpo sean algo que se da sin mayores problemas, sin pedir nada a cambio, sin prolegómenos, prestar el cuerpo a mí misma.
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