domingo, 26 de octubre de 2014

Trescientos cinco: Tirate un pa

Preparamos los mates y el mantel y partimos en una aventura intergaláctica folklórica. Llegamos, nos sentamos entre los brazos y las piernas de la gente, haciéndonos un hueco sutilmente. Cuando ella cantaba la zamba del lozano, a mi se me apretaba el corazón, me acordaba de cómo me sorbí las lágrimas cuando volví a Jujuy porque la zamba es una cosa que yo no sé pero me canta por dentro. Y cuando eso terminó, fuimos en busca del pan relleno, siguiendo el rastro de los comensales, preguntando aquí y a allá y hasta ligamos en el tránsito un poco de birra caliente para enjuagarnos la boca. 
Cuando accedimos al morfi, atravesamos el bosque hasta dar con un hueco de tierra despejada, y soltamos los brazos en ese abrazo invisible. Hicimos giro, medio giro, avance y retroceso. Yo agarré con mis pinzas el pantalón, me sentí de trenzas. Ella levantó el polvo de tanto zapateo salvaje. Y en la coronación concluimos muy bien la digestión. Se me agitó tanto la sangre que yo no sé si era alegría o taquicardia, pero el bombo con un repique me devolvió de golpe a la realidad. Nos fuimos yendo, dejando atrás el humo del chori y el encanto de la muchedumbre mansa de felicidad. 

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