Leo una hora sin parar. Luego vienen lentamente los dolores, tras las cosquillas. Llega la gente. Una se quiere tatuar la cara del hermano y unos nombres formando el infinito. Vuelvan en una hora, les dice. Yo vuelvo a las páginas, él vuelve a su obra. Miro de reojo como se van tranzando las líneas y aparecen los colores. Vuelve el dolor con más fuerza. Yo pienso qué masoquista que soy por la belleza, me vuelco en mi película muda. Imagino cómo va creciendo en el tobillo la flor que sumergiré en el mar cuando llegue enero. Lo bello duele y sana, todo sana, pero con calma en la orilla, yo contemplo.

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