miércoles, 10 de agosto de 2016

Trescientos ochenta y uno: Preocuparse (Ester no)

A veces me siento algo en el pecho, en el esternón, un poco más arriba quizá. No sé nombrarlo. Alternativamente le llamo preocupación u opresión. No hay un nombre preciso que me guste para llamarlo pero de todos modos ahí está llamando la atención. Como que no me deja respirar bien. Entonces, abro las alitas (no aletas, alitas) de la nariz, dejo entrar un torrente de aire nuevo y pienso, más bien trato de evocar qué me preocupa. Y a veces es la pava que dejé en el fuego o el lavarropas que no puse. Otras veces son las cuentas que no pagué, la nota que no pude tocar anteayer o la cortina del baño agujereada. Son cosas que van dejando como una pequeña secuela en mí, un mar de secuelas a veces. No hay como un nivel de preocupación racional, lógico. La preocupación se mueve en el plano del absurdo. Por eso yo creo que hay que mirarla bien a los ojos, mirarse la cabeza, la garganta, el esternón o la boca del estómago (según sea el tipo de somatizador) y decirle seriamente: basta.
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