viernes, 20 de diciembre de 2013

Doscientos ochenta y ocho: La felicidad es circular

Yo no sabía que me gustaba tanto el "folklore". Me acuerdo de las peñas, de la zamba que mis viejos bailaron en mis 15, de mis intentos de aprender a bailar en la secundaria, de los amigos de mis viejos, siempre meta guitarra y bombo. Pero entonces yo no sentía una particular atracción por esa música tan mezclada con el vino. Cuando me vine a La Plata, entonces, sí, ponele ahí, me clavaba un disco de los Intihuama, un san juan por mi sangre, para ayudar al llanto a salir. Pero esta pequeña inconciencia se volvió brutal conciencia del apego que me produce cierta música argentina. Veníamos entonces con Gaby, en el auto, yo le digo le compré el disco a Omar, me dice qué disco, le digo el de orquesta los amigos del chango. Y lo pusimos. Y ese sonido que tienen los autos modernos es espectacular, como escuchas que el sonido te acaricia la nuca, te besa la oreja. Yo le digo a mí la flauta traversa me encanta, le queda tan bien al folklore. Y el chango un poco se enojaría si me leyera decir "folklore" pero es que así la gente me entiende de qué hablo, al menos como para arrimar el bochín. Y me dormí abrazada al chango, yo creo, porque me miré el encuentro en el estudio por segunda vez y me dormí con la telesita y me despertó el golpe de la notebook cuando cayó al piso, como una cachetadita celestial dada con la baqueta del chango. "El folklore está vivo, evoluciona"
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