sábado, 4 de febrero de 2017

Trescientos ochenta y cinco: Vivir solx

Acomodarse a un estado de situación emergente que al principio se me muestra hostil y después, muy muy sutilmente, demuestra su potencia encajonada.
Cada espacio de la casa es su expresión. La cocina, el living con el despliegue de la noche encima, ahora, a la mañana, es un cementerio gastronómico. Abandonado. No de esos privados con vista al mar o a la montaña.
Me fui.
El balcón hace unos días era de una hermosura que emocionaba. Pero la gata ha empezado a copar la parada y trascendió los límites del cajón de las piedras.
Todo lo que hay alrededor de esta cama me hace acordar muy bien a Tracey Emin, leáse -bien mirado- arte contemporáneo. Sólo que estoy en otro entorno. Me estaría faltando el museo. En el fondo de los totems de ropa debiera estar la pila de algún control remoto. La última pila de la casa.
La habitación de al lado, la de la cohabitante L., ahora es mi templo laboral. Es mucho pero soy religiosa con eso. Ahora.
Todo es nuevo, o algún nuevo sentido nació de lo conocido. Es nuevo escuchar solamente el chasquido de estas teclas. Por momentos, la gata hace alarde de su existencia en algún otro punto del territorio. La gata, ahora también las plantas, más sutiles, si hay viento.
Intento mantenernos vivas.
Intento mantenernos vivas y contentas.
Y van volviendo viejos amores, rituales que no me obligué a crear. Rituales necesarios para la supervivencia. La super vivencia. Llegaron las expensas.
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1 comentarios:

I. dijo...

Abrazar el ritual
Qué bueno tenerte de volvida

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