sábado, 16 de enero de 2016

Trescientos setenta y siete: Lo que pervive

Hace unos días, apenas algunos, vi la gracia cautivante de la danza y recordé tan de pronto ese amor profundo. Antes que eso viniera a mí, a irrumpirme epifánicamente, pensé si no era la endogamia propia la que nos convocaba a ver teatro, danza, esas cosas. Pensé incluso si podría apreciar sin hacer más que apreciar, o si sólo me incendiaba bailar, no ver bailar. Me equivocaba dudando. Ella bailaba como bailan las copas de los árboles con el viento, como bailan también las olas cuando desencadenan su sinfín. Ella bailaba como los animales de formas infinitas, como los gatos, las especies marinas y los microcelulares.
Hace días que no puedo quitarme la visión del cuerpo de la danza. Es expansiva y lentamente perecedera, como la sensación que pervive cuando el movimiento se ha retirado y queda apenas espasmo.
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