domingo, 10 de enero de 2016

Trescientos sesenta y seis: Estoy rodeada

Creo profundamente en la sinceridad. 
Ayer me encontré unos habitantes en la cabeza. Cinco habitantes y sus familias estaban acampando en mi cuero cabelludo. Me tomó un par de horas (exagero, puede ser, me sale así) arar el terreno, porque te da como una compulsión por el exterminio, lo acabado, llegar hasta el fondo. Como era sábado y enero, no tenía ganas de desplazarme hasta la farmacia de turno, busqué recetas caseras en internet para la erradicación de las fieras. Y recaí (recae, todo recae) en el clásico vinagre recalentado. Y repetí la historia del arado. Fui muy feliz, mientras duró, esa sensación de haber triunfado, sacar el peine limpio después de 10 pasadas, te va empoderando. 
A la noche, salió concierto y aparecieron los amigos. Como estaba un poco sensibilizada (y el alcohol también), fui confesando mi circunstancia capilar, pero a nadie pareció importarle demasiado. 
Por eso escribo. Han vuelto. Los sentí este mediodía de resaca andando, cruzando la avenida de mi raya al costado. No les ha bastado con el vinagre. No les ha bastado la propia exclusión que supone andar revoleando el cabello head and shoulders con una baranda ácida. No les ha bastado el peine fino y el grueso y el amarillo patito. Han vuelto por revancha. Farmacias de turno. 

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