viernes, 25 de abril de 2014

Doscientos noventa y cinco: Las vecinas desquiciadas

Viernes. Siete cuarenta y cinco de la tarde. No hay nada nuevo en facebook. Las vecinas hace una hora comenzaron a gritar. Son todas mujeres. Pueden ser dos o veinte. Imposible adivinarlo. Son como una jauría hambrienta de comentarios y publicaciones. Las escucho hablar como si estuvieran al lado, pero hay varias paredes que nos separan. Hay toda una telaraña en torno al chongo y el reggeaton. Cada tanto una Lady Gaga.
Yo ordeno mi Kosovo, poco a poco, no tengo mejor plan, no soy tan in. Vivo una vida despiadada cuando tengo el brazo averiado y no puedo hacer otra cosa que escuchar más a mis vecinas. Imagino que son pavos reales con sus colas enormes llenas de plumas moviéndolas a un lado y al otro, pero no las odio, no. No, las quiero ahí del otro lado de las puertas, agitándose tan viernes por la noche en la previa y sé que seguirán muchas horas más con sus veintipico estudiantiles.
La música que escucho es el retardo de las ondas que me llegan, la sonorización espontánea que se mezcla con mi cabeza que parla despacito entre un miau y miau de la Jenny. No hay otra cosa que hacer cuando no se puede tocar que escuchar a las vecinas desvestir su viernes.
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