viernes, 13 de diciembre de 2019

Cuatrocientos cuatro: El arte de procrastinar

Hay una moda con el temita de la procrastinación. No sé si es que hemos descubierto la palabra o es que realmente todes estamos en ese modo ahora. Lo cierto es que procrastinar se parece bastante a una montaña rusa de emociones que van de la ansiedad hasta la euforia del baile rítmico en el living.
Esta vez más que otras, teniendo por delante que enfrentar el trabajo final de un curso online, he probado una variedad de actividades de lo más interesantes e insignificantes. Lo bueno de procrastinar una cosa es que te obliga a ponerte a hacer un montón de otras, en el mejor de los casos y si andamos con la luna llena y bien orientada la luz.
Meditar, hacer yoga, hablar con gente desconocida como si la vida se te fuera en esa casualidad de la milanesa, salir a correr, bailar magneto hasta que se te despeine bien la mandíbula o la cadera, sacar a pasear a la perra, idear un portfolio de fotos viejas, planear un nuevo libro cuando aún no terminaste el anterior, caer al cumpleaños de una amiga que hace dos años que no ves, ordenar, recordar pagar cuentas y ponerse al día con toda la paja administrativa que siempre odiamos. Todo para no hacer un TP y mantenerse en ese estado de incomodidad que supone el pendiente. Es bastante absurdo pero es así la neurosis. Se te cruza la contradicción e igual le sacas el jugo.
Procrastinar también es un arte que te lleva a crear y a recordar la cantidad de cosas pendientes que tenías y que vas inventando en el camino para no hacer lo que en algún momento decidiste que era lo que querías.
Si se alinean los planetas, claro, o la neurosis.
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