martes, 5 de septiembre de 2017

Trescientos noventa y ocho: La presencia

Cuando hago yoga, escucho las palabras de mi profesora con una profundidad inédita. Supongo que todo mi cuerpo está predispuesto a recibir en esas circunstancias cualquier tipo de información sensorial. No lo sé, pero es mágico y eso basta.
Hoy decidí estar sin conexión virtual varias horas seguidas. Vi cosas que habitualmente no veo por estar con la cabeza orientada a mi celular. Probé ritmos en los semáforos, distinguí cromatismos. Hasta llevé a una compañera hasta su casa porque no tenía apuro. (Siempre tengo algún tipo de apuro, aunque me pese).
Creo que he perdido en parte la confianza de mi profe de yoga porque hace ya más de un año que ando más distraída que habitualmente. Ocupada todo el tiempo con mi trabajo, con pensamientos de mi trabajo. Siempre con mis ciclos de hiper-estrés seguidos de aislamiento y relax extremo. Así voy en zigzag como con mi kayakismo amateur. De un lado para otro, perdiendo energía para avanzar. No quiero ir rápido a ningún lado, simplemente quiero seguir remando y, a intervalos, descansar. No desmayarme, como todas las noches, últimamente. Quiero elegir las últimas palabras que quiero leer antes de dormir.
Presencia. Ella dijo algo así como: no hay nada más importante que la presencia. Y sentí su profundidad. De yoga a ensayar y en el ensayo mismo, fui otra. Paciente. Distraída, sí también, pero otro tipo de distracción más necesaria que la evasión vía máquina, que la evasión que es fijación.
Hay un mundo ahí afuera y puedo escucharlo con todos sus matices después de cuatro horas sin celular. Mi mente está ausente o silenciosa.
La música necesita presencia, ahora. No puedo hacer un esfuerzo, pero puedo evitar las interrupciones, correr las malezas y pasar con el kayak, sin más que cuerpo y atención.
Eso es todo lo que quiero. Estar.
Share/Bookmark

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Uauuu... bello mensaje bellamente escrito.

Publicar un comentario