En las esperas de los varios colectivos y subtes que esperé -porque el robo justo coincidió con el hecho de que estoy viajando a Capital- recordé las otras veces en las que me robaron mis bicicletas: La Hilaria, primero; La Gloria, después.
La Hilaria fue robada del poste de un edificio donde trabajaba. Recuerdo que salí a comprar comida y pasé rápido por el poste. Hice dos pasos y volví a ver lo que pareció ser una visión de la ausencia. Efectivamente no estaba. Un amigo me llevó ese mismo día a comprar una nueva (vieja) en esos impulsos que yo tengo, así la conocí a La Gloria. No era linda, ni estaba buena, pero con el tiempo me encariñé y no tuve mucho tiempo de hacer el duelo por la otra.
Años más tarde, tuve una cita en un cine. También a esa la dejé en un poste. A la salida de la película, ya no estaba allí y mi cita debía continuar a pesar de ella. Tampoco lloré esa vez, sólo me emborraché y después me tomé un remis para no sentir la falta.
La última, la que se llevaron hoy o ayer, quién sabe, no tuvo nombre, pero tenía una sillita pequeña que mi sobrino nunca usó. La conseguí por internet y la fui a buscar a un barrio en Los Hornos. Estaba destruida pero me cayeron bien los dueños así que se las compré y cargué en mi auto. La enchulé bastante y se dignificó. Habíamos empezado a querernos bien pero la descuidé. La dejaba siempre suelta en mi garage, creyendo en la buena voluntad o en la libertad.
Hoy, además de recordar, me culpé por ser tan freelance.
A vuelta de todo el trajín, fui de nuevo al garage con la esperanza de que hubiese vuelto, rota, desvalida o entera. Al menos una nota o algo. Nada.
Todas las bicis en el cielo de las bicis apropiadas. Tiempo de eclipse. Me quiero ir a Uruguay.

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