miércoles, 29 de junio de 2011

Ciento seis: el autobus mágico

Fui a tomarme el 202. Éramos alrededor de veinte personas. Subimos todos a ése. Por suerte, uno que viajaba sentado donde yo iba colgada, se levantó unas paradas más allá y yo me senté. Por suerte, luego se subió un compañero mío y vino hasta donde estaba yo.
Al rato, el bondi se paró. Por la ventana se veía una fila interminable de autos. El colectivero dijo: agárrense fuerte que voy a cruzar la rambla. Entonces, él autobus cruzó la rambla y nos sacudimos.
(No sé qué historia quiero contar)
Vos estabas esperando el bondi con unos auriculares muy parecidos a los míos y unos anteojos como los que usaría yo. Te subiste al 202. Cada tanto, nos mirábamos desde los auriculares.
Entonces, el autobus cruzó la rambla y nos sacudimos.
Veinte cuadras más allá. El colectivero paró el motor, bajó y dijo: es la correa. Y ahí tuvimos que bajarnos.
Yo quería hablarte pero vos siempre con los auriculares puestos. Yo ya no.
El siguiente bondi era el tuyo:"H por barrio obrero". Detrás, subimos a otro
De camino, en un cruce de bondis, por último nos vimos.


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Ciento y cinco: Desafinados

La vida se me viene desafinando del martes para acá. El otro día caí alegremente a la clase con todo bien aprendido. La escuela estaba toda vacía. Sólo habían dos o tres personas reunidas en torno a un mate lavado. Interrogué por el vacío. No hay energía, contestó una. Entonces subí las escaleras y elegí el piano desafinado de todos los martes y me senté. Toque todo lo que debía tocar, varias veces, y me fui con la energía mía a otra parte.
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martes, 28 de junio de 2011

Ciento cuatro: Me voy por el tubo

Una de la mañana y bastante y pico. Suena el teléfono. Es F. Recién salgo de bañarme por lo que tengo el pelo mojado y me voy con el teléfono a la cama.
No recuerdo de qué empezamos hablando, pero sé que luego empezamos a hablar de nuevo porque nos fuimos por el tubo, justo antes de que la conversación se cortara.
Vuelve a sonar el teléfono. Ahora sí, sé de que vamos a hablar. Un intervalo de escasos minutos me dan tiempo para aprender a manejar el caballo de la conversación o, al menos, indicarle un camino posible.
Cambio varias veces de mano, enciendo varios cigarrillos mientras sostengo el tubo inmutable, me echo el pelo para atrás continuamente, me paro, me siento, me acuesto, voy a la heladera, voy y me miro en el espejo mientras hablo, inmutable con el tubo apoyado en la oreja. Nos reímos, hacemos monólogos por turno, nos preguntamos, imaginamos, filosofamos. Son las 4 de la mañana y suenan los bips de que vamos a irnos por un tubo. Se corta. Apago la luz.
Amanezco con un peinado irremontable.

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domingo, 26 de junio de 2011

Ciento tres: Abstinencia de redes

El tiempo, fuera de las adicciones que padezco actualmente, es largo, lento, provocador. Hoy a las cuatro de la tarde decidí mantenerme offline el tiempo que fuese necesario. Necesario para limpiar, estudiar, leer, bailar, bañarse, comprar leche en el kiosco. Cuando hube acabado con todo, yo era feliz e independiente. La ansiedad estaba debajo de la línea roja. Olía bien y los dedos me respondían, los dientes me brillaban, la música rodaba en el tocadiscos el mar de debussy. Me pareció absurdo, ridículo, haber acabado tan pronto con todo, tan pronto que tuve tiempo para mirar por la ventana la caída del sol y deslizarme serenamente por los pasillos sin buscar ningún objeto perdido. Estaba yo, mi cuerpo vivo, mi cabeza liviana y el mar.
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Ciento dos: Siento dos

Cuando llegué a su casa, la puerta estaba abierta, también el corazón. Del horno salieron brownies y el sol caía detrás mío por la ventana. Entonces, ellos se sentaron. De tanto en tanto, se miraban y yo no estaba. De tanto en tanto, se tocaban la cara, el pelo, los ojos con los ojos. Y se reían.
Yo puse mi corazón sobre la mesa al lado de los brownies. Él tenía la pava en la mano y cebaba regularmente un mate para cada uno. Yo tenía pudor a veces, pero ellos lo iban enjuagando de palabras. Sanas palabras. Yo no estaba triste, estaba deseosa. Y los miraba quererse y los deseaba quererse, y sabía que no los conocía pero no hacía falta conocerlos para sentir. Allá estaba el piano, del otro lado un velador, y el sol caía por la ventana y no quemaba el amor.

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sábado, 25 de junio de 2011

Ciento uno: muertes en el jardín

El invierno se transita serenamente con la persiana baja de corrido. El sol no existe por una semana o más. El sol, entonces, no regula nada. Y si se me ocurre -y si me ocurrió- levantar la persiana, el panorama puede ser desolador en el balcón. Porque lo que en otro tiempo fue verde y flor, ahora es podredumbre y marrón y crack. Las hojas perecieron, la batata lucha incansable por sobreponerse al frío pero el frío es la muerte y yo no puedo hacer nada. Y si de repente pensara en entrar las plantas y ponerlas al lado de la estufa, de todos modos la cosa seguiría este rumbo que ha tomado.
Dos bajas en el jardín. No hay flores en otoño. No hay amor, hay podredumbre y crack en la vida.
Dijo ella: el invierno es el fin del año, la muerte para el renacer primaveral. Es una esperanza. Siempre podré arremangarme arrodillada como si rezara por sus vidas, pero ahora el invierno arrasa terrible y polar. Hay lágrimas secas en sus macetas, tal vez el biogermen las renueve en varios meses. Mansa esperanza mía.

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jueves, 23 de junio de 2011

Cien: Chocar

Tenía unas ganas tremendas de hablar de dormir o de la trucha con salsa de almendras del mediodía, pero me tragué la puerta de un auto recién.
O sea, ella abrió violentamente la puerta de su auto en mi camino y yo venía escuchando Bon Iver (buen invierno) y tenía el aspecto de michelin.
Su grito me enteró del choque. Su desesperación de golpe, su llanto precoz. Y mientras ella me hablablablablá atragantada, yo buscaba con los ojos, al ras del suelo, la bici.
Desde ahí abajo, estiré la mano (un saludo) y ella la jaló.
La bici no estaba mejor que yo. Un ruido daba signos de avería. Le di unas pataditas y se calló. A mi el cuerpo no me sonaba, pero sangrar es una forma de sonar.
A dos cuadras, el golpe me atacó de risa.

Por si mañana hay tsunami, hoy choqué.
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Noventa y nueve: do-mi-sol

La distancia que separa do-mi-sol es la misma que separa las edades de nosotros, los tres que siempre viajamos de vuelta en el colectivo. Ella, tu madre, tiene 36. Yo tengo 26. Vos tenés 16. Una simetría casi perfecta con un margen de error de algunos días o meses que no aún no sé y no sabré, porque no importa cuándo son nuestros cumpleaños.
Ella do. Yo mi. Vos sol (aunque toques el bajo).
Cuando viajamos en el colectivo, ustedes se sientan uno al lado del otro y son copias casi exactas, excepto por tu bigotito de adolescente bohemio. Yo me siento adelante y me doy vuelta para mirarlos y sus miradas son fuertes. Temo mirarte mucho o mirarte muy de un modo que ella sospeche. Pero vos miras como si ella no mirara, como si ella no estuviera ahí y yo sospecho y temo. Temo sus represalias.
Ella es la nota grave de esta escala hasta que el compás termina en uno y sesenta.
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martes, 21 de junio de 2011

Noventa y ocho: emoción

De chica nunca entendía bien por qué la gente lloraba cuando estaba feliz, si llorar era de estar triste. A mí, nunca. Creo que hasta que vi forrest gump y creo que ahí era tristeza incluso. O eso que está en el medio: melancolía, saudade, nostalgia. Quizá.
Para mí, por terca total, llorar siempre va a ser una forma más o menos alegre de la tristeza.
Pienso, por ejemplo, en la película que terminé de ver hoy y mi resistencia continua a largar una lágrima. Era sublime el panorama pero yo no terminaba de atreverme a llorar. Pienso, por ejemplo, en cuando ella me dice: "tomá mi piano". Y tampoco lloré el estremecimiento interno que eso me producía. El resonar de la palabra piano, su vibración en mi cerebro como un sonido que nunca se apaga.
Y pienso y el problema es pensar. El problema para emocionarse bien es pensar. Y por eso no lloro de felicidad, por tanto pensar.
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lunes, 20 de junio de 2011

Noventa y siete: Merengadas y sonrisas

Si hay algo que me apasiona del acto de comer, eso es> el bocado como metáfora de un recuerdo.
Hoy mastiqué una sonrisa. Y mientras jugaba a hartar a una ninia nacida en brasil, impostando odiosamente mi voz como locutora barata, yo era la ninia con la boca más inmensa del mundo, la boca donde cabía vertical una galletita entera con cara. Por lo que mi cara era a su vez otra cara. Mi cara con boca de O y la O con cara de alegría fuxia.
Estoy masticando una sonrisa todavía como una prolongación indefinida de algo que no sé, pero me alegra. No sé bien si este sabor es el sabor aquel, pero es algo tan sencillo que ni siquiera necesito averiguarlo. Me basta con el halo de un recuerdo sensorial, de un placer retrospectivo, de un alga o un pez yéndose.
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Noventa y seis: Domingo anestesiado

Domingo con feriado, anestesia domingo. Tener un findesemana de tresdías para hacer todo todo todo: hamburguesa, bar, teatro, café café.
El domingo como la culminación otrora, ahora como un puente entre un sábado y un feriado. Domingo con el sol ya bien abajo lo convoco a un café y él resulta ser un poeta debajo de la campera de jean. Pasa que las telas son muy gruesas, poco ajadas. Darle un poco más de tiempo, darle manija a la paciencia, esperar que se desgaste la tela de las mil tramas de hilos. De los hilos que están hechas las conversaciones, las que parecen estériles, luego crecen como matorrales, anémonas indómitas.
Me había olvidado lo que era un domingo de vida. Decreto ya feriados alternados de lunes y viernes, de lunes y viernes como un columpio.
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domingo, 19 de junio de 2011

Noventa y cinco: Donde todo es brutal, goma espuma

Después de unas horas de estar, él dijo: "parece que no estuviera en Capital".
Pero el espacio, tampoco el tiempo, existía. Estábamos donde estaban nuestros diálogos, quién sabe, quizás era San Juan, donde solíamos encontrarnos.
Pudimos caminar horas y no sentir nada de cansancio en el cuerpo, podíamos comer cualquier chatarra y no sentir malestar estomacal. Mi permitido capitalista fue comer esa hamburguesa de tres capas de carne de perro, con pepinos y cheddar. No iba a resistirme a nada. No iba a tener miedo de las consecuencias del mal. Estaba cubierta de goma espuma y los pies recién empezaron a dolerme cuando me baje del colectivo ya a veinte cuadras de mi casa, la cabeza me iba a explotar recién ahí, no antes y ni siquiera tanto, como si la goma espuma me durara hasta pasadas las doce horas del encuentro.
Si en Capital todo es extremo, brutal. La ansiedad, los miedos, la indiferencia, los golpes de la gente en la calle, los desconocimientos, la poca humanidad, los ruidos, la velocidad del tiempo, la locura, el chetaje, la soledad.
Pero podemos suprimirnos de eso. Y viajar en nuestro diálogo, perdernos en el abismo de esa ciudad, perdernos entre palabras y olvidarnos del suelo.
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viernes, 17 de junio de 2011

Noventa y cuatro: el día que todo sea poesía

Cuando me reviro y tengo una semana pasada y me paro en el borde del viernes y miro lo que se va y respiro, pienso en el día en el que todo se alinee y se respire solo poesía. Y si ese día llega antes, y si mi llega ahora y me llega en una conversación de pasillo con Paloma y eso también resulta poesía, entonces no sé qué estoy esperando. Aunque al acto soberbio me lo hayan extraviado, aunque con él se hayan ido unas cuantas poesías (o embriones) por el resumidero, no importan tanto. Está aquí conmigo. Está sentada en la misma silla, me toma las manos, la escucho susurrarme en el oído y la toco, la palpito en el sonido rítmico de la lluvia de las manos contra el teclado con violencia con serenidad con paciencia con fe. La respiro, la beso, la río.
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jueves, 16 de junio de 2011

Noventa y tres: Pilotos

Me gusta cuando llueve porque la gente sale de piloto y se ve más linda que de costumbre. Me gusta que el pelo se les pegotee en la cara, que la cara les brille y se les embarren las botas. Me gustan también los paraguas, la diversidad de paraguas, sobre todo desde mi balcón, como coloridos círculos que ocultan personas.
Pero más que nada me gustan los pilotos ajustados a la cintura y largos hasta los pies. Todos parecen inspectores, parecen guardar un secreto.
Yo, con mi piloto azul eléctrico o azul francia dice el kiosquero, parezco eléctrica. Y es que la lluvia de rayos, de rayos eléctricos, me pone a mil voltios los estados de conciencia.
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Noventa y dos: Despedida bom bom

No sé bien el significado de claudicar. Tampoco pienso averiguarlo. Pero clau, de clausura, de cierre. Un cierre posible es con la mermelada de peras. Entonces recuerdo por qué soy profesora y por qué ser profesora es tan significativo. No lo digo por la mermelada de peras exclusivamente. Lo digo también por la carta. Y ni siquiera. Más bien por el gesto y el inhóspito giro que han dado los alumnos a último momento. Y me escriben que van a recordar ciertas cosas y que yo, claro, también voy a recordarlos. Y elijo creer pese a una fuerte conciencia de amnesia. Pienso que un mes y medio vale la pena. Pienso que seré paciente.
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martes, 14 de junio de 2011

Noventa y uno: Los dormidos

Observé que hay un considerable número de sujetos que duerme en el colectivo que me tomo de lunes a miércoles. Duermen de varias formas: con la boca abierta, con la baba cayendo, con los brazos cruzados, con el cuerpo caído, con sus niños durmiendo en brazos, aferrados a sus bienes personales (no olvide sus bienes personales). Los observé desde arriba, como un dios observa, colgada del pasamanos, los observé y creí que algunos fingían. A esa hora es considerable el número de sujetos que debemos viajar parados mientras el otro considerable número de sujetos duerme o finge dormir plácidamente. Son excelentes actores. La baba es real, pero a ninguno he oído roncar.
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Noventa: Primera composición áulica

La profesora dijo: Pónganle letra a este ritmo
(...)
(media hora después)
Uno marcaba las negras, el otro las corcheas, el otro las semicorcheas y yo, claro, las palabras.
La cosa nos habría parecido tan sencilla al comienzo y luego una fantástica porquería con dos rimas redundantísimas y un cierre forzoso. Todos se rieron. No sé si habrá sido
que les ha gustado o que les ha parecido sublime el ridículo.
Después de todo, la risa es garantía de algo. De algo bello. Una comunión absurda, pero una comunión al fin.
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Ochenta y nueve: La libertad

Cada cual con sus obsesiones, se hace el cóctel vital, se lo lleva a cuestas. Mi obsesión número uno es: la libertad. La libertad que es, a la vez, el deseo, la ambición, el cebo; y también, el miedo, la angustia y demases componentes de una potencial depresión.
Abrirse al infinito mundo de las posibilidades todo el tiempo, sí, digo TODO EL TIEMPO es un coco continuo y carcomedor. Pues bien, los domingos todo se intensifica, sobre todo cuando baja el sol.
En ese ocaso que es también un ocaso interior, se me vuelan los patitos. Sí, la libertad. O ¿por qué no ser algo menos existencialista a veces?
Por suerte puedo darme alcance hasta la casa de otra existencialista y navegar filosóficamente el problema hasta prácticamente perderlo de vista.
Soledad y Libertad discuten los domingos.
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domingo, 12 de junio de 2011

Ochenta y ocho: La letra C

Todo el día la letra C.
A la mañana, decidí ser Cobarde y no hacer este taller de Clown que tanto había esperado. Pues no, mi Corazón, mi Cuerpo no están listos. A media tarde intenté pasarle la aspiradora al teclado de la Computadora y arranqué la letra C, y quedó tambaleante para siempre. Pero después, después de todo, fui a un Concierto y había un Cuarteto de Cuerdas. Pero sobre todo había un Corazón enorme. Él Compositor era un Canal. No era él, no, era lo que por él pasaba, claro, gracias a que él dejara que eso pasara por él, por su Cuerpo. La música pasaba por su Cuerpo y su Cuerpo era también el nuestro. Su Corazón era también el nuestro.
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Ochenta y siete: Foucault birra mediante

Viernes a la noche. Yo, leyendo historia de la sexualidad de forma exacerbada por el descubrimiento reciente de la poesía foucaultiana. Gran dosis de lucidez bien canalizada. Del otro lado de la pantalla, amigas exacerbadas también, birra mediante.
Y yo con el sentido de la responsabilidad que cada vez es más vago y menos opresivo. Y ellas entonces vamos. Y yo entonces bueno.
Entre birra y sanguches de galletita y queso, nos mezclamos con la lectura irregular y la charla ramificada, hasta quién sabe que lugares sinápticos.
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Ochenta y seis: El pudor musical

Estuve sola en el auditorio solar. Luego ellos llegaron. Uno de ellos, tocó Debussy con las manos flotando, veloces.
Yo, en cambio, tengo las manos tímidas. Mi cuerpo se tensa si alguien lo ve sentado frente a la posibilidad de la música. La posibilidad de la música es muy grande frente a la posibilidad de mi cuerpo. Al menos, ahora.
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jueves, 9 de junio de 2011

Ochenta y cinco: Limp Bizkit

Yo me pongo de espaldas para anotar en el pizarrón. No me gusta ponerme de espaldas a nada. Pero ellos parecerían anotar solo lo que figura en el pizarrón, como si entre mi mano con tiza y sus manos con lapicera hubiese una relación de dependencia total, absoluta, como si fueran marionetas.
Entonces anoto algo y uno detrás (uno de los que ha roto la relación de dependencia entre las manos) dice: Profe, ¿te gusta Limp Bizkit?
Y yo digo: casi que no, ¿por qué?. Él dice: Porque viene. Vamos! Y otra dice: después te escribimos en los blogs.
Y a mí no me parece mala idea, aunque el bizkit este no me guste. Ellos han dicho "vos sos jevi", mucho antes, y ahora todo vendría a ser jevi, si el pizarrón ya no, fantasía mediante hacemos pogo y destruimos las dependencias de las manos.
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Ochenta y cuatro: Abrojo

El martes
(Sí, me colgué, perdoname,rocío.Bueno, te perdono, pero seguí)
Toda la noche me la pasé revolviendo pensamientos para encontrar los argumentos más (auto)convincentes para concretar la renuncia.
Renunciar a un trabajo, a una relación, a un amor, a lo que sea, nunca me ha resultado una tarea sencilla. Veo que hay gente que se sabe desprender bastante bien de todo. Yo soy como un abrojo. Me adhiero tan fuerte a las personas, a algunas cosas también, a las bicis también (esas que están entre las personas y las cosas).
La aprehensión es casi un estilo de vida. Es el pre-requisito de la intensidad.
Bueno, lo siento.
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martes, 7 de junio de 2011

Ochenta y tres: Ni familia, ni iglesia, ni escuela, ni psicoanálisis

Es bueno tener gente lúcida, muy lúcida, tan tan cerca. Ella ha dicho un enunciado letal, y creo que lo hizo sin querer. Hay una cantidad de cosas que hoy me resultan sencillamente "INFUMABLES" (esto no lo ha dicho ella, lo dije yo). Y es claro que habiéndome hartado de un grupo de gente que crece día a día, como el calentamiento global, decido renunciar. Menos a esta gente que a las instituciones que representan con cierto apasionamiento espontáneo.
Entonces, decido empezar a renunciar un poco a todo, y un poco menos a mi vida. Antes pensaba renunciar más a mi vida que al resto de las cosas. Eso se llama "madurez" o instinto de conservación o soy anarquista. Antes que suicida, prefiero ser anarquista.
Año de renuncias fundamentales.
Principio básico de sinceramiento conmigo.
Chau psicoanálisis. Vos estás despedido.
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domingo, 5 de junio de 2011

Ochenta y dos: Polenta

Polenta es lo que yo tengo que tener para terminar de hacer las cosas que tengo que prorrogo toda la semana y que quedan como pilas de hojas pendientes por leer o corregir o todo lo demás que uno hace más por el dinero que por el placer o por el placer que le puede llegar a dar el dinero, sobre todo los fines de semana cuando la cerveza asciende a veinticinco o treinta pesos.
Polenta de domingo con queso rallado y caldo en polvo. La medida que indica el paquete nunca corresponde con el vacío que representa mi hambre.
Yo me pregunto si la polenta del primero podría ser producto de la polenta del segundo párrafo.
Es mi mayor deseo, a eso le rezo.
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Ochenta y uno: Si la vida fuera este continuo amanecer

Si la vida fuera este continuo acostarse de día después de asistir a bailes eufóricos, yo me quedaría a vivir en la vida sin ninguna clase de espasmos depresivos ni suicidas.
No es que ciertamente no lo sea, sino que todo es finito y qué es un fin de semana en una vida tan de 365 días repetidos hasta el hartazgo.
Y cuando parecía que la resaca del día anterior, no iba a permitir abordar la calle invernal sin sentir la tentación de volver al refugio cálido de la cama con plumón, el autorescate fue salir. Ir al mismo sitio que el día anterior, con el cuerpo semidestruido, el cerebro semiquemado y las ganas intactas.
Lo invariable, increíblemente, eran las ganas.
Bailamos como otrora, reímos como otrora, bebimos como otrora. El incansable encanto de la noche que es una fuga, que es un quedarse vibrando en una nota que, por momentos, parece eterna.
Y ni siquiera es lamentable confirmar que no, que todo termina, pero que todo termina con un sanguche de milanesa cuadrada en un puesto en una plaza, rodeada de hambrientos animales humanoides.
Nunca me habían convidado una aceituna embebida en martini. Yo tranquilamente podría ser esa aceituna embriagante, si la vida fuera este continuo amanecer.
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sábado, 4 de junio de 2011

Ochenta: Que no se termine nunca

Anoche o quizás hoy pero tempranísimo, en ese margen en el que la gente duerme.
Primero, nos llenamos de adrenalina. Luego yo estaba con el bodrio de llevar tres prendas a cuestas, la cámara, la plata, las llaves y algún bollo de algo. No me dejaba bailar el tumulto de cosas bajo el brazo. Primero al piso, luego a una barra, luego al olvido. Y bailar, con algunos que otros merodeadores más o menos alegres, más o menos densos, más o menos preguntadores de nombres.
El dj debe estar por los cincuenta y tiene el pelo blanco y panza y nunca mira para levantarle el pulgar en gesto de agradecimiento total (ese gracias totales se resume en dos pulgares alzados sobre la muchedumbre).
Tomé una cantidad incontable pero el efecto del alcohol se digería bien con el agolpe del pogo casi como un continuum de energía colectiva vibratoria. Andar suelta es andar libre, sacudirse como se sacuden los líderes de algunas bandas más o menos rockeras.
No quería que el tiempo nos llegara, la mañana nos expulsara del paraíso con la cara de un par de patovicas buena onda que, no obstante, insinúan cara de perro. Estaba como niña en un cumpleaños feliz.
Afuera, un grupo de extranjeros, unas conversaciones en fluido inglés que de repente advienen como por arte de magia. Subirnos a un auto, algunas paradas para mear en los árboles y comprar una docena y media de medialunas para cuatro. Engullirse cuatro o cinco, meterse en la cama, pese a todo, hundirse para soñar el primer verso de un poema: "la soledad bajo el puente". La mañana se transparentó como si nada.
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jueves, 2 de junio de 2011

Setenta y nueve: Let me alone

Ahora que me prestan el yamaha. Atravesé a toda velocidad la mitad de la ciudad para introducirme feliz en el yamaha. El yamaha con el que sueño seguido. El yamaha que yo no podría comprarme pero que podría robarme casi sutilmente, arrastrándolo por la diagonal setentaytrés hasta mi casa. Y no, justo van a caer más temprano de lo que acostumbran para interponerse entre el yamaha y yo, para impedir "sin querer" una improvisación que me viene alegre a las manos, justo van a acercarse diciendo "no te quería interrumpir..." pero ya me interrumpiste, sabelo, sí, me cortaste la onda y, entretanto, dándome charla, una charla casi obscena ante la posibilidad real del yamaha hasta que van cayendo los otros a terminar de interrumpir toda la cosa que se me venía en cascada que no era más que un arpegio estándar pero qué me importaba a mí si el yamaha.
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miércoles, 1 de junio de 2011

Setenta y ocho: Orejón

Hoy volví a comer un orejón después de no me acuerdo cuántos años. Supe sentir adicción por esas cosas cuando niña. Rompía las bolsas apenas salíamos del supermercado con mi madre y saboreaba los orejones hasta que se ablandaban por completo en la boca.
Hoy salí de la dietética, caminé dos cuadras y rompí la bolsa y me puse uno en la cavidad de la boca. Y fue una hostia. Se me pegó en el paladar. Y fue sagrado. Fue abismal el placer. Y me mantuve así, caminando con el orejón pegado al paladar degradándose con mi saliva tan despacito. Y evité saludar a los vecinos. Estaba realmente imposibilitada porque el orejón ocupaba toda la boca. Porque el placer era muy grande. Porque era niña de nuevo.

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